Las drogas o sustancias psicoactivas se caracterizan por ser compuestos naturales o de procedencia sintética que ejercen su acción sobre el sistema nervioso, provocando alteraciones en las funciones que regulan las emociones, los pensamientos y el comportamiento (Abuso de sustancias – OPS/OMS | Organización Panamericana de la Salud, s. f.).

El consumo de sustancias psicoactivas es una problemática de salud mundial, ya que su consumo crónico puede conducir a un deterioro del estilo de vida: alteraciones en la alimentación, en el descanso, en la actividad física, en las relaciones sociales, en el ámbito laboral y/o académico, etc.

La alimentación es uno de los aspectos que más alterados se ven tanto en la adicción como en su posterior proceso de desintoxicación y rehabilitación, ya que las personas drogodependientes tienden a modificar sus hábitos alimentarios, así como la cantidad, calidad y técnica culinaria de preparación de estos alimentos. Diversos estudios han demostrado que las personas drogodependientes tienden a presentar una moderada prevalencia de malnutrición y alteraciones de los parámetros bioquímicos de la sangre (Jeynes & Gibson, 2017; Morales Basto et al., 2017).

El vínculo entre las sustancias psicoactivas y la nutrición

Según la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (FAO), la malnutrición se define como “una condición fisiológica anormal causada por un consumo insuficiente, desequilibrado o excesivo de los macronutrientes que aportan energía alimentaria (hidratos de carbono, proteínas y grasas) y los micronutrientes (vitaminas y minerales) que son esenciales para el crecimiento y el desarrollo físico y cognitivo” (Razuri, s. f.).

Estos individuos también suelen presentar una alteración en la composición corporal y en los reguladores metabólicos hormonales, siendo beneficiosas las intervenciones nutricionales durante el tratamiento de desintoxicación.

Las deficiencias nutricionales que encontramos en las personas con trastorno por uso de sustancias varían según la sustancia o sustancias que consuman. No obstante, la evidencia científica señala que los micronutrientes que se han visto por debajo de los valores de referencia son la tiamina, riboflavina, niacina, vitamina C, vitamina D, magnesio, calcio, cobre y hierro (Hossain et al., 2007; Sæland et al., 2011). También se ha encontrado una correlación directa entre la duración del trastorno y el deterioro del perfil nutricional (Jeynes & Gibson, 2017).

Alcohol

El consumo crónico de alcohol provoca un déficit de tiamina (lo que interviene en el desarrollo del síndrome de Wernicke-Korsakoff). Además, evita la absorción intestinal de esta vitamina, así como la formación del pirofosfato de tiamina (su forma activa). Este micronutriente tiene un papel fundamental en el aprovechamiento cerebral de la glucosa, por lo que su deficiencia puede provocar un estado de estrés oxidativo a nivel celular (Muñoz, 2009) que puede repercutir gravemente en la salud global del individuo.

Se ha comprobado una reducción de la absorción de la D-xilosa en alcohólicos crónicos, además de esteatorrea e incremento de la excreción fecal de nitrógeno en alcohólicos con insuficiencia pancreática exocrina y/o enfermedad hepática alcohólica. También se ha observado esteatorrea en personas alcohólicas sin pancreatitis crónica o cirrosis (Bode & Bode, 2003).

El consumo crónico de alcohol provoca una disminución de la absorción de agua y sodio en el yeyuno e íleon, lo que puede contribuir a la diarrea en personas alcohólicas. En cuanto a las vitaminas, las personas que consumen alcohol de forma crónica tienden a presentar niveles bajos de las siguientes vitaminas: ácido fólico, vitamina B12, tiamina, vitamina B6, vitamina C y vitaminas liposolubles (A,D,E y K).

Por otro lado, la hipomagnesemia es común en estos pacientes debido a la excreción de magnesio por la orina o por la diarrea. Se han descrito también deficiencias de zinc y selenio, así como un aumento de hierro sérico (Bode & Bode, 2003; Dieta y recuperación de la drogadicción, s. f.).

El alcohol provoca un incremento del apetito y reducción de la saciedad, aumentando así la ingesta calórica. Su consumo crónico aumenta la sensibilidad a la insulina. Todo esto contribuye a la ganancia de peso corporal (Higuera-Sainz et al., 2017) en las primeras fases de la adicción. No obstante, si el consumo se mantiene por un tiempo prolongado, se produce una paradoja en cuanto al peso y el Índice de Masa Corporal (IMC).

Tras un punto de inflexión (no determinado por la comunidad científica), las personas tienden a perder peso y presentar un IMC más bajo, a pesar de llevar una dieta densa a nivel calórico. Esto se puede explicar por la combinación de los siguientes factores: el aumento de la desintoxicación microsomal que se encuentra en alcohólicos puede requerir más energía; las fuentes preferenciales de energía pueden cambiar de la glucosa al acetato, sobre todo a nivel cerebral; mayor uso de lípidos como fuente preferencial de energía; reducción de la lipogénesis; aumento de la termogénesis (Jeynes & Gibson, 2017).

Además, se ha observado que la reducción del gasto energético ocurre aproximadamente 4 días después, lo que explicaría la ganancia de peso de los pacientes durante la recuperación.

Se ha observado una preferencia por los alimentos dulces y la ganancia de peso durante los primeros meses de abstinencia, que van disminuyendo con el paso del tiempo («Sweet Intake, Sweet-Liking, Urges to Eat, and Weight Change», 2006).

Cocaína

Las personas que consumen cocaína de forma regular o crónica presentan patrones alimentarios irregulares, caracterizados por pocas ingestas diarias (normalmente una sola ingesta por la noche). Las comidas principales suelen ser altas en hidratos de carbono refinados y grasas, y bajas en frutas, verduras y otros alimentos vegetales. Durante la fase temprana de desintoxicación (alrededor de los 6 primeros meses), los pacientes tienden a presentar una alta preferencia hacia los alimentos con alto contenido en azúcares simples, factor que se estabiliza a partir de los 6 meses, junto con el apetito (Mahboub et al., 2020). Debido a esta reducción de la ingesta, suelen presentarse deficiencias nutricionales de la mayor parte de vitaminas y minerales, tales como la tiamina, riboflavina, piridoxina, folato, vitamina D, vitamina C, magnesio, hierro, calcio, zinc, cobre y selenio (Mahboub et al., 2020).

El consumo de cocaína promueve la pérdida de peso debido a la reducción del apetito. Cuando la persona cesa el consumo, se produce el efecto opuesto, siendo común la ganancia del apetito y del peso, así como de la ansiedad hacia la comida (Alesio & Diaz, 2019).

Cannabis

El cannabis suele consumirse junto con tabaco, por lo que se producen las mismas deficiencias nutricionales cuando se consume junto con esta sustancia (Smit & Crespo, 2001).

Se realizó una investigación (Gariballa & Forster, 2009) acerca de los efectos del tabaquismo en el perfil nutricional y se concluyó que el peso corporal, el IMC, la circunferencia de la parte media del brazo, el nivel de albúmina sérica y las concentraciones plasmáticas de vitamina C, folatos y vitamina B12 fueron más bajos en las personas fumadoras en comparación con aquellas que nunca fumaron. También se han observado unas concentraciones séricas más bajas de carotenoides, tiamina, riboflavina, ácido fólico, calcio, hierro, yodo y magnesio (Palou Oliver et al., 2006). Además, existe una considerable relación dosis/efecto: cuanto más tabaco se fume al día, mayores son las alteraciones en el perfil sérico.

En cuanto a los cambios específicos en el perfil nutricional y los niveles de nutrientes en sangre, no se ha demostrado que el consumo de cannabis tenga un efecto directo en ellos. Las alteraciones producidas se relacionan con los cambios alimentarios o en el estilo de vida. El consumo de cannabis activa el sistema endocannabinoide del cerebro, reduciendo los estímulos anorexígenos e incrementando los orexígenos. Esto conlleva al incremento del apetito, promoviendo la ingesta de alimentos calóricos y altamente palatables, sobre todo en forma de snacks (Smit & Crespo, 2001). Debido a esto, las personas tienden a seleccionar alimentos de baja calidad nutritiva, incrementándose las deficiencias nutricionales y sus consecuencias: fatiga, debilidad muscular, indigestión, alteraciones en el sueño, etc. (Alesio & Diaz, 2019).

A pesar del incremento del aporte calórico, algunos estudios han observado que el IMC de las personas consumidoras de cannabis se mantiene bajo (Smit & Crespo, 2001; Zwillich et al., 1978). Zwillich et al. observaron que la tasa metabólica de los consumidores de cannabis incrementaba hasta 60 minutos después del consumo de esta sustancia. Esto podría explicar el bajo IMC en los consumidores de cannabis, a pesar del incremento del aporte calórico.
Durante los primeros meses de abstinencia de cannabis, las personas suelen presentar una pérdida de apetito y de peso (Connor et al., 2021).

MDMA

La 3,4-metilendioximetanfetamina (MDMA), comúnmente conocida como éxtasis, es una sustancia psicoactiva que pertenece a la familia de las anfetaminas. Esta droga ejerce su acción sobre el sistema nervioso central y se utiliza de manera recreativa debido a sus efectos psicoactivos. Es importante destacar que el MDMA es una de las sustancias de abuso más frecuentes y emergentes, y se han documentado graves efectos nefrotóxicos relacionados con su consumo a largo plazo.

Uno de los riesgos asociados con el uso continuado de MDMA es el desarrollo de hiponatremia dilucional, una condición caracterizada por niveles bajos de sodio en la sangre. Este fenómeno se debe principalmente a la estimulación directa de la hormona antidiurética (ADH) por parte del MDMA, lo que resulta en una retención excesiva de agua en el organismo.

Se ha observado que las mujeres tienen un mayor riesgo de desarrollar esta condición en comparación con los hombres (Silva Ochoa et al., 2021). Además, el consumo crónico de MDMA se ha relacionado con cambios en los valores séricos de diversos biomarcadores en humanos. Entre ellos, se han documentado aumentos significativos en los niveles séricos de ALT (alanina aminotransferasa), creatina quinasa, creatinina, así como descensos en los niveles séricos de calcio y albúmina (Silva Ochoa et al., 2021).

Se ha comprobado que el consumo de esta sustancia suprime el apetito, conllevando a la pérdida de peso y la inestabilidad de las ingestas en los pacientes con adicción al MDMA (Francis et al., 2011). Estos factores se estabilizan durante el tratamiento, siendo común la ganancia de peso durante la desintoxicación.

Benzodiacepinas

Las benzodiacepinas constituyen una clase de medicamentos ampliamente utilizada en el tratamiento de trastornos como la ansiedad y el insomnio, entre otros.

A pesar de la limitada cantidad de investigaciones dedicadas a explorar la relación entre el uso sostenido de estos medicamentos y sus posibles efectos sobre los hábitos alimentarios y el perfil nutricional, se ha observado que las benzodiacepinas pueden influir en la percepción hedónica de los sabores alimentarios (Cooper, 2005).

Es importante señalar que los efectos sobre el apetito y el hambre pueden variar dependiendo del tipo de benzodiacepina, ya que algunas de ellas tienen un efecto anorexígeno, es decir, reducen el apetito. Sin embargo, en términos generales, estos compuestos tienden a incrementar la ingesta de alimentos debido a su capacidad para aumentar y mejorar la apreciación positiva de los sabores y la palatabilidad de los alimentos (Cooper, 2005). Adicionalmente, se ha observado un aumento en la preferencia por los sabores dulces en comparación con otros alimentos, especialmente durante las primeras etapas de la abstinencia (Jeynes & Gibson, 2017; Mahboub et al., 2020).

Si tú o alguien de tu entorno presenta síntomas de adicción, no dudes en contactarnos. Te ofreceremos información acerca de la adicción y nuestras opciones de tratamiento.

Redactado por Luna Violeta de Hita García, dietista nutricionista en Orbium Desarrollo.

Referencias

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