Un día cualquiera, cuando llega la hora de cenar en familia, Ana se mira en el espejo una vez más antes de salir de su habitación, algo bastante común en una chica de 16 años, pero el reflejo que ve no la convence. Adapta su sudadera para que la ropa le quede más holgada y, de camino al comedor, pasa junto a la botella que tiene escondida en su armario. «Solo una copa«, se dice, aunque sabe que nunca es solo una. Toma un trago rápido y se siente más tranquila por un instante, pero también culpable… bueno, “Me sirve para estar tranquila… No es tan malo, lo hace mucha gente para relajarse.”
Baja las escaleras con pasos pesados, preparándose para la cena en familia. Su madre ha cocinado su plato favorito, pero Ana apenas puede mirarlo. Solo pensar en comer la asfixia e irrita, como si cada bocado fuera una cadena invisible que la va atrapando más y más. Sus padres la observan, conscientes de que algo no está bien, pero incapaces de entender el alcance del problema y temerosos de que sea lo de siempre: la discusión y el enfado.
«Ana, has vuelto a beber«, le dice su madre en un tono cansado pero preocupado. “Esto no está bien. Estás destrozando tu vida«, añade entre lágrimas. Ana no dice nada; se sienta a la mesa y, como cada noche, mira la comida mientras la invade un gran deseo de comer, aunque al instante piensa que eso la va a “poner gorda.” Las miradas de sus padres son siempre iguales y no lo soporta… ya empieza a sentirse fuera de lugar. Come lo justo, pensando que no debería hacerlo. Mira de reojo el reloj, deseando que la cena termine para volver a su habitación. Cuando todos se van al salón, ella aprovecha para coger del congelador la tarrina grande de helado y luego la bolsa de magdalenas; sin hacer ruido, se encierra en su habitación. Por fin sola, devora el helado y todas las magdalenas a toda velocidad. Se siente “asquerosa”, “gorda” y una “fracasada”. Luego se mete en el baño para… ya sabemos para qué.
Sus padres escuchan cómo Ana se mete en el baño y se miran. Saben que va a hacerlo otra vez. La madre se acerca a la puerta y pregunta, “¿Ana, estás ahí? Por favor, dime si estás bien, estamos muy preocupados”. Ana no aguanta más. «¡No me entendéis, siempre con lo mismo! ¡Dejadme en paz! No necesito ayuda, ¡ni os necesito a vosotros… estoy harta!” responde. Su padre ya no aguanta más esta situación y, gritando, le dice “¡Sal del baño ahora mismo o tiro la puerta!”. Ana abre la puerta, empuja a sus padres y se mete en su cuarto, gritando, “¡Os odio, no os aguanto, ojalá os muráis!”. La madre de Ana no deja de llorar y, de rodillas en la puerta de la habitación de su hija, dice sollozando, “Por favor, cariño, no sigas así, vas a acabar con tu vida”. Mientras tanto, Ana piensa en que su botella la espera; la coge de su armario y la bebe entera hasta quedarse dormida.
Conceptualización de los Trastornos de la Conducta Alimentaria y el consumo problemático de sustancias
El caso de Ana es una muestra de lo que viven muchas personas y familias en silencio. Ana se siente atrapada y sabe que está fuera de control, pero al mismo tiempo, estas conductas le ofrecen una aparente sensación de control sobre su vida, el poder que no tiene de otra manera. Es como si cada elección (ya sea evitar la comida o recurrir a sustancias) fueran cadenas invisibles que la atan, una doble trampa de la que no puede escapar.
Situaciones como esta nos colocan frente a un escenario complejo, en el que se entrelazan factores emocionales, biológicos, familiares y sociales. Ana es solo un reflejo de tantas jóvenes que, a través del control excesivo sobre la comida y el uso de sustancias, intentan escapar de un dolor emocional profundo que no logran verbalizar y del que se sienten presas. Las dinámicas familiares, los malentendidos y las luchas internas generan un ciclo destructivo que afecta tanto al individuo como a su entorno.
Para comprender mejor lo que sucede en estos casos, es importante analizar los trastornos subyacentes. Tanto los TCA como las adicciones comparten factores de riesgo y mecanismos similares que hacen que ambas condiciones se refuercen mutuamente. A continuación, nos sumergiremos en cómo se conceptualizan estos problemas, el porqué de éstos, sus manifestaciones más comunes y cómo poder abordarlos.
Los Trastornos de la Conducta Alimentaria (TCA) tales como la Anorexia Nerviosa (AN), la Bulimia Nerviosa (BN) o el Trastorno por Atracón (TA), son condiciones mentales graves que implican patrones conductuales, cognitivos y emocionales de tipo disfuncional y que tienen como síntomas principales los relacionados con la alimentación, el peso y la imagen corporal (American Psychiatric Association, 2013). En el caso de Ana, su trastorno alimentario se manifiesta en episodios de atracones seguidos de purgas, lo que refleja características típicas de la bulimia nerviosa. El consumo de sustancias, como el alcohol y otras drogas, forma parte de sus intentos para regular emociones difíciles como la ansiedad o el malestar emocional. Estas dos condiciones, el TCA y el abuso de sustancias, a menudo coexisten (Hudson et al., 2007) debido a factores comunes como el trauma (Kong et al.,2009), la vergüenza (Goss et al., 2009), la búsqueda de control (Troop et al.,1997) y la evitación del dolor emocional (Wildes et al., 2010).
Prevalencia y comorbilidad
La combinación de TCA y abuso de sustancias es común y aproximadamente el 50% de las personas con un trastorno alimentario también sufre de abuso de sustancias, en comparación con el 9% en la población general (Harrop & Marlatt, 2010). Las adolescentes, como Ana, están en un grupo de riesgo particular, ya que la presión social sobre la imagen corporal, sumada a factores psicológicos y biológicos, puede predisponerlas a desarrollar ambos trastornos (Stice et al., 2002). Además, un alto porcentaje de personas con TCA también sufre de otras afecciones mentales como depresión y ansiedad (Hudson et al., 2007).
Factores de riesgo y protección
Existen varios factores que pueden aumentar el riesgo de desarrollar TCA y abuso de sustancias en adolescentes:
Factores de riesgo:
- Trauma: Experiencias traumáticas como el abuso físico o emocional puede ser un desencadenante importante de los TCA y las adicciones. Quienes han sufrido traumas, como abuso sexual, negligencia o violencia doméstica, son más propensas a desarrollar mecanismos de afrontamiento disfuncionales, incluyendo la compulsión por controlar la comida o el cuerpo y la tendencia a implicarse en comportamientos de carácter adictivo (Brewerton, 2007). Estos traumas pueden alterar la regulación emocional y aumentar la vulnerabilidad a desarrollar TCA y adicciones (tanto a sustancias como comportamentales), creando un ciclo autodestructivo que es difícil romper sin una intervención adecuada.
- Presión social y cultural: La obsesión por la delgadez presente en las sociedades occidentales puede intensificar la insatisfacción corporal y contribuir al desarrollo de TCA y adicciones. Los ideales de belleza en las culturas occidentales promovidos en los medios de comunicación, así como la presión para cumplir con estándares irreales de delgadez ejercen una influencia muy poderosa, especialmente en adolescentes y mujeres jóvenes (Culbert et al., 2015). Esta presión puede llevar a comportamientos peligrosos como la restricción alimentaria, el uso de sustancias para controlar el peso y la ingesta de alimentos en forma de atracones, desencadenando en el desarrollo de una adicción o un TCA, en un intento por alcanzar la aceptación social y una imagen corporal idealizada.
- Factores familiares: Familias rígidas o con altos niveles de crítica pueden aumentar el riesgo para desarrollar TCA y adicciones. Las familias que imponen reglas estrictas, controlan excesivamente o expresan críticas constantes sobre el comportamiento o la apariencia física pueden hacer que los individuos, especialmente los adolescentes, se sientan presionados a alcanzar estándares inalcanzables (Klump et al.,2009), pudiendo generar problemas de autoestima y dificultades para gestionar las emociones. Esto aumenta la probabilidad de que los jóvenes recurran a conductas como las que se dan en los TCA o el abuso de sustancias para intentar, de forma equívoca e infructuosa, superar el estrés y satisfacer las expectativas familiares.
- Personalidad: El perfeccionismo, la baja autoestima y las tendencias de control son rasgos comunes en personas con TCA y adicciones. Las personas que presentan estos rasgos suelen marcarse metas extremadamente altas y desarrollar una necesidad constante de mantener el control sobre aspectos de su vida, como el peso o la alimentación (Cassin et al. 2005). La baja autoestima les hace más vulnerables a la crítica y a la comparación con los demás, lo que puede desencadenar en conductas disfuncionales con el objetivo de alcanzar ideales poco realistas. Estas características de personalidad pueden perpetuar tanto los TCA como las adicciones, ya que la necesidad de control y perfección se convierte en una forma de afrontamiento de la ansiedad y la inseguridad.
Factores de protección:
Redes de apoyo emocional: Las familias y amigos que ofrecen comprensión y apoyo emocional pueden reducir el riesgo de TCA y adicciones. Un entorno de apoyo en el que los seres queridos escuchan sin juzgar y validan y comprenden las emociones, ayuda a las personas a gestionar mejor las dificultades emocionales y el estrés sin tener que recurrir a conductas autodestructivas (Lock et al.,2009). El apoyo social y familiar proporciona un espacio seguro que permite que las personas puedan expresar sus emociones y recibir ayuda cuando la necesitan, lo que reduce la probabilidad de desarrollar mecanismos de afrontamiento dañinos como los que se dan en los TCA y las adicciones.
- Habilidades adaptativas de afrontamiento: Enseñar a los adolescentes estrategias para manejar la ansiedad y el estrés es una herramienta preventiva de gran utilidad para reducir el riesgo de desarrollar TCA y adicciones. Cuando los jóvenes aprenden habilidades adaptativas, como la resolución de problemas, la regulación emocional y la comunicación asertiva, pueden enfrentar los retos de la vida de manera más saludable y eficaz (Brewerton ,2007). Estas habilidades les van a permitir gestionar el estrés y la presión social sin recurrir a conductas disfuncionales como son la restricción alimentaria, los atracones o el abuso de sustancias, lo que disminuye significativamente el riesgo de estos trastornos.
- Educación y sensibilización: La educación en hábitos de alimentación saludables y sobre el daño de las sustancias puede prevenir el desarrollo de TCA y adicciones. Ofrecer información clara y accesible sobre la importancia de una nutrición equilibrada, así como los riesgos asociados con el uso de sustancias para controlar el peso o regular las emociones, es fundamental para la prevención (Klump et al.,2009). Programas educativos dirigidos a los adolescentes y sus familias fomentan una relación más saludable con la comida y el cuerpo y permite desarrollar una conciencia crítica sobre los peligros de las conductas adictivas, lo que favorece la adopción de estilos de vida más saludables que reducen la probabilidad de desarrollar estos trastornos.
En el caso de Ana, al igual que en el de muchas otras adolescentes como ella, puede ser que la ausencia de un sistema de apoyo emocional, así como sus dificultades para regular el estrés y la ansiedad, sean factores que han contribuido al desarrollo de su condición.
Diagnóstico psicológico
El diagnóstico tanto de los TCA como del consumo de sustancias en adolescentes requiere un enfoque integral. De forma general se suele recomendar utilizar entrevistas clínicas y herramientas de evaluación específicas, como el Eating Disorder Examination (EDE) para los TCA, y el DSM-5 para el diagnóstico de abuso de sustancias (Lock et al., 2015; American Psychiatric Association, 2013). En todo caso, todo lo descrito siempre deberá ser realizado e interpretado por profesionales cualificados.
Comorbilidad con el consumo de sustancias: ¿Por qué?
El consumo de sustancias en personas que padecen TCA como la AN, la BN o el TA suele ser un mecanismo para intentar soportar el intenso malestar emocional que estas personas experimentan. A menudo, el consumo de alcohol o drogas se utiliza para evadir emociones como la ansiedad, la culpa y la vergüenza, especialmente en relación con la imagen corporal y los comportamientos alimentarios descontrolados. Sin embargo, este recurso no solo no soluciona el problema, sino que profundiza en la sensación de descontrol y afecta negativamente otros aspectos de la vida como el rendimiento académico y las relaciones familiares, creando un ciclo difícil de romper. A continuación, se profundiza en los motivos detrás de estos comportamientos y sus consecuencias.
- Evadir el malestar emocional. Cuando Ana bebe o consume drogas está haciendo un intento infructuoso de «escapar» temporalmente de su angustia emocional, huir de sus sentimientos de insuficiencia y aliviar la ansiedad sobre su cuerpo o sus acciones. Sin embargo, este comportamiento tiende a crear un ciclo destructivo, ya que el consumo de sustancias no resuelve su malestar emocional y, en muchos casos, agrava su sensación de descontrol y baja autoestima (Hudson et al., 2007). La presencia comórbida de un TCA hace que la persona tienda a estar aislada en un lugar “seguro” porque, después de un episodio de atracón o purga, siente una profunda culpa, vergüenza y ansiedad sobre su comportamiento y su incapacidad para controlar su alimentación. Ana se siente completamente abrumada por una mezcla de emociones intensas y negativas que no logra entender ni gestionar. Incapaz de enfrentarlas, acaba sucumbiendo a ellas y recurre al alcohol en un intento desesperado, aunque inútil, de encontrar alivio.
- Deterioro significativo en su rendimiento académico y en las relaciones familiares (Lock, 2019). Ana, debido a la constante preocupación por su peso, su alimentación y las conductas asociadas, comenzará a experimentar dificultades en su vida cotidiana. En la escuela, su rendimiento académico posiblemente tendrá un descenso significativo, ya que cada vez le costará más concentrarse debido a que sus pensamientos estarán siempre enfocados en controlar lo que come o en cómo se percibe a sí misma. Además, a nivel físico comenzará a sentir fatiga y falta de energía, lo que probablemente afectará a su capacidad para estudiar o participar activamente en clase. En casa, sus relaciones familiares también se verán afectadas debido a la irritabilidad que generará conflictos y tensión permanente. La preocupación de su familia por su bienestar y los intentos de intervenir para ayudarla solo aumentarán su sensación de incomodidad y aislamiento, empeorando la situación.
¿Y el cerebro tiene que ver algo en todo esto? Factores fisiológicos del cerebro relacionados con los TCA y el consumo de sustancias
Los TCA y el consumo de sustancias están estrechamente relacionados debido a los cambios que ambos producen en la neurobiología del cerebro. Diversos estudios han demostrado que los TCA y las adicciones presentan alteraciones en los circuitos cerebrales responsables de la regulación del sistema de recompensa, el control inhibitorio y la percepción de la imagen corporal, lo cual influye en la compulsividad y pérdida de control, elementos característicos en estos trastornos (Kaye et al., 2009; Volkow et al., 2015). Estas alteraciones ponen de manifiesto la interconexión existente entre los TCA y las adicciones, donde mecanismos neurológicos similares refuerzan patrones de comportamiento impulsivo y desadaptativo.
- Sistema de recompensa: Los TCA y los trastornos por adicciones comparten una hiperactividad en el sistema de recompensa del cerebro, activando de manera desproporcionada circuitos neuronales como el núcleo accumbens y el área tegmental ventral, los cuales son fundamentales para la percepción de placer y motivación. En la BN, episodios de atracones desencadenan una liberación intensa de dopamina que proporciona un alivio momentáneo, aunque luego surgen sentimientos negativos, impulsando a repetir el ciclo (Simon et al., 2016). Del mismo modo, tanto las adicciones a sustancias como las comportamentales activan este circuito de recompensa, generando una dependencia progresiva, ya que el cerebro prioriza el consumo de la sustancia o la realización de la conducta sobre otras actividades placenteras y requiere dosis mayores (tiempo o cantidad) para experimentar efectos similares (Volkow et al., 2011; Koob et al., 2010). Esta similitud muestra cómo ambos trastornos recurren al sistema de recompensa del cerebro para aliviar temporalmente el malestar emociona
- Circuitos de control inhibitorio: Los TCA y los trastornos por adicciones comparten un deterioro en los circuitos cerebrales responsables del control inhibitorio, lo que dificulta la capacidad para resistir impulsos a pesar de que estos sean dañinos. En ambos casos, el sistema que regula el control de conductas impulsivas y la toma de decisiones, ubicado en estructuras como la corteza prefrontal y el córtex orbitofrontal, está alterado. La corteza prefrontal es crucial para funciones ejecutivas, como tomar decisiones y regular la impulsividad, mientras que el córtex orbitofrontal se asocia con la inhibición de respuestas automáticas y el control de recompensas. Este deterioro inhibitorio contribuye a que personas con BN, como Ana, tengan dificultades para controlar impulsos que llevan a los atracones, de manera similar a quienes abusan de sustancias y tienen dificultad para controlar el consumo de drogas o alcohol (Kaye et al., 2009). Además, las conexiones entre la amígdala, que regula las respuestas emocionales, y el hipocampo, involucrado en la memoria, también influyen en el control de la conducta. El estrés o las emociones negativas activan estos circuitos y fomentan comportamientos impulsivos, como atracones o consumo desmedido, debido a un control inhibitorio alterado. En el caso de Ana, el deterioro en el control inhibitorio puede llevarla a experimentar una lucha interna entre saber que no debería actuar de cierta forma y una parte que ignora las consecuencias y actúa impulsivamente.
- Alteraciones en el eje hipotalámico-pituitario-adrenal (HPA): Los TCA y los trastornos por adicciones comparten alteraciones en el eje hipotalámico-pituitario-adrenal (HPA), un sistema clave en la respuesta al estrés. El estrés crónico, especialmente en personas con antecedentes de trauma, puede desregular la producción de cortisol lo que afecta a la manera en que el cuerpo gestiona el estrés y facilita la aparición tanto de los TCA como del consumo de sustancias (Guilliams & Edwards, 2010).En personas como Ana, con un HPA desregulado, cualquier situación puede percibirse como profundamente estresante, lo que genera una sensación constante de estar en alerta máxima. Para aliviar esta sobrecarga emocional, Ana puede recurrir a comportamientos impulsivos como los atracones de comida o el consumo excesivo de alcohol. Este patrón refleja un mecanismo de evitación emocional, en el cual tanto el consumo compulsivo de alimentos como de sustancias actúa como un intento de calmar temporalmente el estrés.
La familia atrapada en el dolor y la incertidumbre: ¿Qué se puede hacer?
En estos escenarios complejos y dolorosos, como el que refleja el caso de Ana, la familia desempeña un papel fundamental en el manejo de los mismos. En muchos casos, como en el de Ana, la relación con los padres puede ser tensa y llena de incomprensión. Es crucial que los familiares reciban orientación adecuada para comprender la situación y saber cómo actuar con empatía, para favorecer la recuperación del familiar y la armonía en el hogar.
Algunas claves para que la familia afronte esta situación incluyen:
- Educación y sensibilización: Las familias han de aprender sobre los TCA y el abuso de sustancias para poder comprender mejor las señales de alerta y cómo pueden apoyar a su hijo sin reforzar comportamientos disfuncionales (Lock & Le Grange, 2013).
- Comunicación abierta: Establecer un diálogo basado en la empatía y sin juicio es esencial para que el adolescente sienta que tiene un espacio seguro para expresar sus emociones. En el caso de Ana, a pesar de la complejidad de la situación, sus padres podrían intentar abordar el tema de manera más calmada, sin presionar, ofreciendo ayuda y escuchando sus preocupaciones sin criticarla (Lock & Le Grange, 2013). Sin duda esta situación es muy complicada y requiere de estrategias y formas correctas de actuación.
- Evitar la culpabilización: Es importante que los familiares eviten culparse a sí mismos o a la adolescente. Los TCA y el abuso de sustancias son problemas complejos que requieren un abordaje profesional; culpar a la adolescente o a sí mismos no ayudará en el proceso de recuperación (Levine, 2012).
Buscando la solución: ¿Cuáles pueden ser las claves de la intervención?
El tratamiento de los TCA y el abuso de sustancias debe ser integral y llevado a cabo por profesionales cualificados en ambas áreas. Es fundamental contar con un psicólogo especializado en TCA y adicciones, ya que este abordaje permite tratar los factores emocionales y los pensamientos distorsionados relacionados con la comida y el consumo de sustancias. La terapia cognitivo-conductual (TCC) y la terapia dialéctico-conductual (TDC) son enfoques eficaces para ayudar a los pacientes a gestionar sus impulsos y emociones (Fairburn et al., 2003; Linehan, 1993). Además, el apoyo de un nutricionista especializado en TCA y abuso de sustancias es esencial para restablecer una relación saludable con la comida y diseñar un plan alimentario que atienda las necesidades físicas y emocionales del paciente (Fairburn, 2008; Golden et al., 2015).
La intervención multidisciplinar que incluye atención médica, terapia familiar y, en algunos casos, tratamiento simultáneo para la desintoxicación y rehabilitación del abuso de sustancias ha demostrado ser el enfoque más efectivo y sostenible a largo plazo (Harrop & Marlatt, 2010; NICE, 2017).
Y ahora… a ti. Sí, a ti, lector. Me dirijo a ti…
Si te ves reflejado/a en esta historia, ya sea siendo Ana en su lucha interna, o en su familia con su preocupación y miedo, es importante recordar que no estás solo/a. Aunque el camino puede parecer inabordable y sientes que estás totalmente desbordado/a, la recuperación es posible. Si te sientes como Ana, atrapada y sin salida en la trampa de los TCA y el abuso de sustancias, dar el primer paso para pedir ayuda es un acto de valentía. Reconocer que existe un problema y buscar el apoyo de profesionales de la salud mental es el comienzo de un proceso de transformación que puede devolver el control a tu vida de una manera saludable y liberadora.
Si, por el contrario, te ves reflejado/a en la familia de Ana y en su sufrimiento, es crucial saber que vuestro apoyo y comprensión son fundamentales en este proceso. En lugar de buscar culpables o respuestas rápidas, lo más importante es crear un espacio seguro donde el diálogo, la empatía y la paciencia sean las herramientas principales. Participar en el tratamiento y entender el trasfondo de estas condiciones puede marcar una gran diferencia en el camino hacia la recuperación. Tanto los afectados como sus seres queridos pueden encontrar un futuro mejor si trabajan juntos para enfrentar estas dificultades, con el apoyo adecuado y la convicción de que es posible liberarse de las cadenas invisibles.
Referencias
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Redactado por Pedro Poveda, psicólogo en periodo de prácticas en Orbium Desarrollo