El tabaco y el alcohol son las dos grandes drogas legales, y por ello quizá consideradas por la población general, como menos peligrosas.
Pero la realidad es bien distinta. El alcohol y el tabaco son causa de mucha más mortalidad que las llamadas drogas ilegales.
Además, el alcohol es la droga que más devastación causa: mina la salud, provoca violencia, inmenso sufrimiento (tanto al adicto como a las personas que le rodean), es el causante de innumerables accidentes de tráfico… Por no mencionar el gasto considerable que ocasiona a la sanidad pública.
Es necesario destacar que el patrón de consumo ha cambiado en los últimos años, sobre todo si nos referimos a los adolescentes. Se ha pasado de un consumo reiterado y continuado durante todos los días, a un consumo limitado en el tiempo (normalmente el fin de semana), y a grandes cantidades, o al menos a cantidades suficientes como para emborracharse fácilmente, lo que se conoce coloquialmente como “coger el punto”. A esta forma de beber se la conoce como alcoholismo cíclico.
Este modo de consumo, aparte de las incomodidades sociales que puede causar –ruido, reunión masiva de jóvenes, suciedad, entre otras- tiene infinidad de efectos negativos sobre los consumidores, que suelen ser normalmente adolescentes.
Sin contar con los molestos síntomas de la resaca, que ya son numerosos y desagradables, muchos de estos jóvenes se enfrentarán en el futuro a una adicción a la bebida. Todo esto se puede complicar, y mucho, si existen otros factores de riesgo, como por ejemplo, que en la familia haya antecedentes de alcoholismo, lo que aumenta en gran medida la probabilidad de que el joven se convierta en un futuro adicto. No hay que olvidar que en el alcoholismo influyen aspectos tanto biológicos como sociales.
Da que pensar cuando tu hija de 13 años te dice que algunas de sus amigas se toman una botella de vodka los fines de semana para ser guay, y para no aburrirse, ¿no?