La soledad no deseada se puede definir como la experiencia personal negativa que ocurre cuando una persona percibe carencias en sus relaciones interpersonales. Estas carencias pueden derivar de sentir que se tiene una menor cantidad de relaciones de las que se desearía o por no sentir el apoyo emocional y/o el grado de conexión emocional que a uno le gustaría (Russell et al., 2012).

En los últimos años, el número de individuos que afirman sentirse solos ha aumentado significativamente, provocando un creciente interés en el estudio del impacto que tiene la soledad no deseada en la salud mental y física de las personas. Los resultados han evidenciado la importancia de reconocer nuestra innata necesidad de sentir conexión con los demás, algo que a menudo pasa desapercibido.

Impacto de la soledad en la salud

Durante casi 80 años, investigadores de Harvard analizaron de manera longitudinal la salud mental y física de las personas con el objetivo de descubrir cuál es el factor más influyente en el bienestar y la felicidad humana. Este estudio se convirtió en el más largo sobre el desarrollo y la vida humana, y reveló que el grado de conexión con los demás es el mayor predictor de bienestar humano, superando a factores como la clase social, el IQ, la fama e incluso los genes (Vaillant, 2013). También demostró que sentir soledad reduce la esperanza de vida con la misma fuerza que lo hacen el tabaquismo y el alcoholismo.

A lo largo de los años, numerosos estudios han seguido mostrando el impacto de las conexiones sociales en el bienestar de las personas. De este modo, se ha visto que la soledad se encuentra asociada con un mayor riesgo de mortalidad y el desarrollo de trastornos cardiovasculares, metabólicos y neurológicos, (Hawkley, 2022; Holt-Lunstad et al., 2015), así como con diversas psicopatologías y malestar psicológico (Park et al., 2020).

Los investigadores también han afirmado que es posible experimentar soledad incluso en compañía de otras personas, resaltando que no es la cantidad de relaciones que tenemos lo que más importa, sino la calidad y profundidad de estas (Pietromonaco & Collins, 2017).

De esta manera, se ha mostrado que el hecho de sentirse conectado con otros es esencial para el bienestar físico y mental e incluso para la supervivencia, constituyendo una necesidad humana básica.

El porqué del dolor ante la soledad

A pesar de la evidencia empírica sobre el impacto de la soledad en la salud y el bienestar, aún no parece recibir la atención que merece en nuestra sociedad. Hoy en día, sigue existiendo un gran estigma hacia la vulnerabilidad emocional, lo que lleva a percibir el dolor de la soledad como una señal de debilidad. Esto dificulta que se hable de ello y a menudo se ignore o minimice.

Además de este factor social, diversos estudios han señalado que el aumento de emociones negativas en personas que se sienten solas frecuentemente se encuentra acompañado de una disminución en la sensibilidad a estímulos físicos dolorosos y una atenuación de la respuesta emocional (DeWall y Baumeister, 2006). Esto parece ser parte de una estrategia de protección contra el malestar emocional asociado a la soledad, lo que dificulta aún más el poder identificarlo y atenderlo.

La tendencia a negar el dolor constituye un común mecanismo de defensa psicológico que nos ayuda a evitar enfrentar una realidad dolorosa que podría abrumarnos o hacernos sentir vulnerables e incómodos. Y aunque la negación puede proporcionarnos un alivio temporal, a largo plazo resulta desadaptativa.

El dolor es una señal biológica que tiene una función protectora. Nos ayuda a detectar que una necesidad vital no está siendo cumplida de manera correcta, impulsándonos a realizar cambios para satisfacerla (Walters & De C Williams, 2019). Si no atendemos a esta señal, será mucho más difícil solucionar el problema que está originando nuestro malestar.

Desde una perspectiva evolutiva, el malestar psicológico tan doloroso asociado a la soledad actúa como un mecanismo que impulsa al individuo a volver al grupo, donde está más protegido de amenazas externas y favorece su supervivencia (Matthews & Tye, 2019). Estudios en el campo de la neurociencia han observado que las áreas del cerebro que se activan tanto para el dolor físico como para el dolor social se superponen, lo que sugiere que el dolor social puede percibirse tan amenazante para el organismo como el dolor físico (Eisenberger et al., 2003).

Los efectos de la soledad, entonces, parecen ser una respuesta afectiva inicialmente adaptativa frente a las amenazas potenciales del aislamiento social. Es por ello por lo que merece la pena escuchar y sentir ese dolor, y reconocer que la falta de conexión tiene el potencial de provocar un considerable daño y dolor, tanto físico como emocional.

La epidemia de la soledad

La soledad no deseada ha sido considerada por varios expertos una de las principales epidemias del siglo XXI (Jeste et al., 2020).

Los hallazgos han sugerido que el aumento de la soledad en estos últimos años se encuentra relacionado con las tendencias sociales emergentes que afectan la manera en la que nos relacionamos, comunicamos y funcionamos en nuestro entorno social que parecen dificultar el establecimiento de conexiones profundas (Lim et al., 2020).

En España se estima que afecta al 13,4% de la población y que más de 6,3 millones de personas vieron perjudicadas su salud y calidad de vida en 2021 por esta causa (Fundación ONCE, 2021). Los jóvenes son los más afectados, siendo un 25,5% de ellos los que afirman sentirse solos. Y entre las causas de soledad, la percepción de falta de apoyo social y familiar resulta la más prevalente (Observatorio Estatal de la Soledad no Deseada et al., 2024).

El incremento de la soledad y la baja percepción de conexión emocional se observa tanto a nivel nacional como mundial. Los titulares de noticias de muchos otros países, incluidos Estados Unidos, Alemania, Australia y el Reino Unido, también sugieren que enfrentamos una epidemia de soledad, lo que plantea la importante cuestión de si nos enfrentamos a una crisis de salud pública (Hong et al., 2024).

Medidas ante la soledad

Ante este panorama, la Organización Mundial de la Salud, junto con las Naciones Unidas, han reconocido la magnitud del problema de la soledad y el aislamiento social, asumiendo un papel en su gestión a nivel global. Sin embargo, faltan programas e intervenciones basadas en evidencia para abordar la soledad (Hawkley, 2022).

A su vez, es importante tener en cuenta que prevenir y aliviar la soledad requiere de un enfoque multifacético y multinivel, por lo que se requieren medidas a nivel individual, comunitario y social para poder hacer caso a la naturaleza multidimensional del problema.

Por el momento se ha mostrado que la terapia psicológica, el entrenamiento en habilidades sociales y el entrenamiento y práctica de atención plena (mindfulness), presentan beneficios a nivel individual.

A nivel comunitario se han propuesto medidas para fomentar el voluntariado y la participación comunitaria, programas intergeneracionales y entornos que faciliten el acceso seguro, asequible y fácil a infraestructuras físicas, incluidos parques y centros comunitarios.

Por último, a nivel social se ha propuesto el poner en marcha campañas educativas para aumentar la conciencia sobre la soledad y sus implicaciones para la salud; políticas gubernamentales que empoderen a las escuelas, lugares de trabajo y organizaciones comunitarias para que prioricen el problema de aislamiento social y la soledad; y el financiamiento público y privado para programas contra la soledad.

Ante todo, es importante tomar conciencia de la magnitud del problema y reconocer el gran valor que tienen las conexiones profundas en nosotros como seres humanos. Aprender a identificar el sentimiento de soledad es fundamental para poder actuar en consecuencia y ser capaces de pedir ayuda cuando sea necesario.

Y ante esta situación a la que nos enfrentamos como sociedad, resulta de gran importancia apoyar a aquellas personas que puedan estar experimentando soledad, ofreciéndoles nuestra compañía y validando su dolor sin minimizarlo.

Evaluar la forma en la que nos relacionamos con los demás e implicarnos en establecer vínculos más significativos también puede tener un impacto considerable. Pequeños gestos, ya sea con alguien cercano o personas desconocidas, pueden generar un efecto más grande del que pensamos, teniendo el potencial de proporcionar un sentimiento de aceptación, pertenencia y conexión que puede ayudar a aliviar el dolor de la soledad.

Referencias

DeWall, C. N., & Baumeister, R. F. (2006). Alone but feeling no pain: Effects of social exclusion on physical pain tolerance and pain threshold, affective forecasting, and interpersonal empathy. Journal of Personality and Social Psychology, 91(1), 1–15. https://doi.org/10.1037/0022-3514.91.1.1

Eisenberger, N. I., Lieberman, M. D., & Williams, K. D. (2003). Does rejection hurt? An FMRI study of social exclusion. Science, 302(5643), 290–292. https://doi.org/10.1126/science.1089134 Hawkley, L. C. (2022). Loneliness and health. Nature Reviews Disease Primers, 8(1). https://doi.org/10.1038/s41572-022-00355-9

Fundación ONCE (2021). Informe sobre la percepción de la soledad no deseada. Disponible en: https://www.soledades.es/estudios/informe-de-percepcion-social-de-la-soledad-no-deseada

Hawkley, L. C. (2022). Loneliness and health. Nature Reviews Disease Primers 2022 8:1, 8(1), 1–2. https://doi.org/10.1038/s41572-022-00355-9

Holt-Lunstad, J., Smith, T. B., Baker, M., Harris, T., & Stephenson, D. (2015). Loneliness and social isolation as risk factors for mortality. Perspectives on Psychological Science, 10(2), 227–237. https://doi.org/10.1177/1745691614568352

Hong, J. H., Nakamura, J. S., Sahakari, S. S., Chopik, W. J., Shiba, K., VanderWeele, T. J., & Kim, E. S. (2024). The silent epidemic of loneliness: identifying the antecedents of loneliness using a lagged exposure-wide approach. Psychological Medicine, 1–14. https://doi.org/10.1017/s0033291723002581

Jeste, D. V., Lee, E. E., & Cacioppo, S. (2020). Battling the modern behavioral epidemic of loneliness. JAMA Psychiatry, 77(6), 553. https://doi.org/10.1001/jamapsychiatry.2020.0027

Lim, M. H., Eres, R., & Vasan, S. (2020). Understanding loneliness in the twenty-first century: an update on correlates, risk factors, and potential solutions. Social Psychiatry and Psychiatric Epidemiology, 55(7), 793–810. https://doi.org/10.1007/s00127-020-01889-7

Matthews, G. A., & Tye, K. M. (2019). Neural mechanisms of social homeostasis. Annals of the New York Academy of Sciences, 1457(1), 5–25. https://doi.org/10.1111/nyas.14016

Observatorio Estatal de la Soledad no Deseada, Fundación ONCE, & Ayuda en Acción. (2024). Estudio sobre juventud y soledad no deseada en España.

Park, C., Majeed, A., Gill, H., Tamura, J., Ho, R. C., Mansur, R. B., Nasri, F., Lee, Y., Rosenblat, J. D., Wong, E., & McIntyre, R. S. (2020). The Effect of Loneliness on Distinct Health Outcomes: A Comprehensive Review and Meta-Analysis. Psychiatry Research, 294, 113514. https://doi.org/10.1016/j.psychres.2020.113514

Pietromonaco, P. R., & Collins, N. L. (2017). Interpersonal mechanisms linking close relationships to health. The American Psychologist, 72(6), 531–542. https://doi.org/10.1037/AMP0000129

Russell, D. W., Cutrona, C. E., McRae, C., & Gomez, M. (2012). Is loneliness the same as being alone? The Journal of Psychology, 146(1–2), 7–22. https://doi.org/10.1080/00223980.2011.589414

Vaillant, G. E. (2013). Triumphs of experience: the men of the Harvard Grant Study. Choice Reviews Online, 50(08), 50–4515. https://doi.org/10.5860/choice.50-4515

Walters, E. T., & De C Williams, A. C. (2019). Evolution of mechanisms and behaviour important for pain. Philosophical Transactions of the Royal Society B Biological Sciences, 374(1785), 20190275. https://doi.org/10.1098/rstb.2019.0275

Redactado por Lucía Martín Valverde, psicóloga en periodo de prácticas en Orbium Desarrollo