Los patrones de comportamiento adictivos, ya sean por consumo de sustancias (cocaína, cannabis, alcohol, etc.) o sin consumo de sustancias (tecnología, juego, sexo, etc.), vienen siendo estudiados desde diferentes enfoques y áreas de conocimiento. En psicología se considera que, para comprender la complejidad de cada fenómeno y posteriormente acompañar o intervenir clínicamente a quienes se relacionan con estos, se deben realizar análisis multifactoriales o análisis funcionales de las variables que dan lugar a la adquisición y mantenimiento de la conducta del sujeto, reconociendo cómo su interacción con el contexto favorece o entorpece su ciclo vital.

En principio, es preciso reconocer que los patrones de consumo, así como otros comportamientos problemáticos, son formas de adaptación al medio de la persona. En este caso, los sujetos encuentran en el consumo una forma de recibir gratificación inmediata y con bajas consecuencias negativas percibidas a corto plazo (Santacreu, Froján & Hernández, 1992). Lo anterior puede significar entonces un riesgo en individuos que cuentan con un escaso repertorio de autocontrol, es decir, cuando la persona cuenta con pocos recursos en relación con sus propias reglas de autogestión y reconocimiento de consecuencias a medianos y largos plazos (Santacreu y Froján, 1992). El autocontrol se refiere a la capacidad de establecer límites y regular la propia conducta orientándola hacia consecuencias duraderas y efectivas a largo plazo. Esta habilidad permite acceder a nuevas fuentes de reforzamiento y, en consecuencia, interactuar de manera más eficaz con el entorno (Santacreu, Froján & Hernández, 1991).

Las prácticas de consumo problemático pueden originarse por la exposición del individuo a contextos donde estos comportamientos son habituales. En dichos entornos, la persona puede tender a imitar estas conductas como forma de adaptación y, además, recibir refuerzo social por ello, lo que fortalece su reconocimiento y pertenencia al grupo. La permanencia en estos espacios de consumo, así como en las situaciones donde inicialmente se adquirió la conducta problemática, funciona posteriormente como un estímulo discriminativo o evocador de respuestas de consumo. De este modo, es en estos ambientes y ante determinados estímulos asociados donde la persona puede manifestar con mayor rapidez la conducta adictiva, debido a las asociaciones previas y al condicionamiento establecido (Carranza, 2015).

Una vez aprendidas estas formas de adaptación, el sujeto tiende a interiorizarlas y generalizarlas a distintos contextos, entrando en cadenas de evitación experiencial. Es decir, adopta el consumo como una estrategia de autorregulación orientada a evitar o escapar de experiencias internas aversivas (pensamientos, emociones, sensaciones o situaciones) que le generan malestar o dolor (García & Piqueras, 2016). Aunque estas estrategias resultan efectivas a corto plazo al disminuir temporalmente el malestar, a largo plazo se vuelven ineficaces, pues deterioran diversas áreas de funcionamiento, limitan la capacidad de la persona para contactar con sus experiencias tal como son y la alejan de sus valores vitales. Esto da lugar a patrones de comportamiento cada vez más rígidos e inflexibles (Barrado, Serrano, Esteve, Ramírez & Sánchez, 2025).

La evitación experiencial se ha relacionado en diversas investigaciones de psicología con la presencia de diferentes cuadros problemáticos como ansiedad, depresión, trastornos de la conducta alimentaria y adicciones, entre otros. Especialmente para las adicciones, la evitación experiencial se presenta como factor de riesgo y mantenedor de repertorios de consumo, favoreciendo además la posibilidad de intensificar los síntomas relacionados con otras problemáticas psicológicas (Luciano, Páez, & Valdivia, 2010).

Así, a medida que la persona con dificultades de adicción permanece atrapada en esta “cárcel” de evitación experiencial, es como si cualquier situación dolorosa o generadora de malestar la condujera inevitablemente al consumo. Con ello, va acumulando nuevas cadenas que restringen su movilidad y su capacidad de interactuar con el mundo tal como se presenta. Vive entonces en una realidad en la que cada intento de escapar de sus obstáculos la hunde más en un agujero, donde la salida se percibe cada vez más distante y la profundidad solo permite observar la inmediatez de su propia sombra. Solo en un momento posterior puede llegar a tomar conciencia de cuán lejos ha quedado de esa luz que realmente la moviliza: todo aquello que le es valioso. Es en ese momento, al observar la distancia que lo separa de sí mismo y de los suyos, cuando la persona puede reconocer la necesidad de encontrar nuevas formas de vivir que resulten más eficaces. Para ello, comienza a abrazar el dolor del que antes huyó, reconociéndolo como propio y aceptándolo como parte de sí, de modo que pueda transformarlo en una fuente de aprendizaje y crecimiento. Asimismo, se da cuenta de que siempre fue él, aprendiendo, intentando adaptarse de la manera que le fuera posible, ese mismo que reconoce ahora que puede adaptar nuevas formas de salir del hueco, de salir de la “cárcel” y tomar herramientas que le permitirán construir su hogar, aprender, vivir una vida que valga la pena vivir.

Aclarar el papel que desempeña la evitación experiencial (y la rigidez psicológica asociada a ella) enriquece el análisis multifactorial necesario para comprender al individuo y sus comportamientos. Este entendimiento abre la posibilidad de un acompañamiento más eficaz por parte de la familia, las amistades y los profesionales, y favorece especialmente la disposición de la persona con problemas de consumo a iniciar un cambio, reconociéndose como un sujeto activo y responsable de su propia vida (Ayaz & Nazari, 2024). Más allá de la adicción, abordar la evitación experiencial permite que el individuo se exponga, trabaje y descubra formas alternativas y más flexibles de interactuar con el mundo (Páez & Quinto, 2025).

 

Bibliografía

Ayaz, L., & Nazari, F. (2024). Enhancing relapse prevention: Examining the impact of experiential avoidance, integrative self-knowledge, and basic psychological needs in substance use treatment. Addiction and Health, 16(2), 1–7. https://doi.org/10.34172/ahj.2024.1359

Barrado‑Moreno, V., Serrano‑Ibáñez, E. R., Esteve‑Zarazaga, R., Ramírez‑Maestre, M. C., & Sánchez‑Meca, J. (2025). The role of psychological flexibility and inflexibility in substance addiction, abuse, or misuse: A systematic review and meta‑analysis. International Journal of Mental Health and Addiction. https://doi.org/10.1007/s11469‑025‑01468‑4

Carranza, J. V. (2015). Adicción y Aprendizaje. Revista Iberoamericana de Psicología, 8(2), 79-89.

García‑Oliva, C., & Piqueras, J. A. (2016). Experiential Avoidance and Technological Addictions in Adolescents. Journal of Behavioral Addictions, 5(2), 293–303. https://doi.org/10.1556/2006.5.2016.041

Páez Lizarazo, L. A., & Cely Quinto, B. D. (2025). Terapia de aceptación y compromiso en personas con antecedentes de consumo de SPA como estrategias de evitación experiencial.

Luciano, C., Páez-Blarrina, M., & Valdivia-Salas, S. (2010). La Terapia de Aceptación y Compromiso (ACT) en el consumo de sustancias como estrategia de Evitación Experiencial. International Journal of Clinical and Health Psychology, 10(1), 141-165.

Santacreu, J., Froján, M. X. y Hernández, J. A. (1992). Modelo de génesis del consumo de drogas: formulación y verificación empírica. Análisis y Modificación de Conducta, 18(62), 781-804.

Santacreu, J. y Froján, M. X. (1992). El papel del autocontrol en el proceso de génesis de las drogodependencias (II). Revista Española de Drogodependencias, 17(4), 253-268.

Santacreu, J., Froján, M. X., & Hernández, J. A. (1991). El papel del autocontrol en el proceso de génesis de las drogodependencias (I). Revista Española de Drogodependencias, 16(3), 201-215.

Redactado por Alex Santiago Toro Bobadilla, psicólogo en periodo de prácticas en Orbium Desarrollo