El 2CB, conocido popularmente como «tucibí» o «nexus», es una droga sintética que ha ganado notoriedad en los últimos años, especialmente entre jóvenes que buscan experiencias sensoriales intensas en contextos recreativos como fiestas y festivales. Sintetizado originalmente por Alexander Shulgin en la década de 1970, esta sustancia combina propiedades psicodélicas y estimulantes, lo que la hace especialmente atractiva para quienes desean experimentar sensaciones únicas. Uno de los aspectos que más llama la atención del 2CB es su presentación en comprimidos o polvo, a menudo con un color rosado llamativo. Sin embargo, este color, lejos de ser un estándar, muchas veces es resultado de adulterantes añadidos durante su fabricación clandestina. Esta característica visual, junto con su disponibilidad en el mercado negro, contribuye a su popularidad entre jóvenes de entre 18 y 30 años (Nichols, 2016).
El atractivo inicial del 2CB se ve reforzado por la percepción errónea de que se trata de una sustancia relativamente segura, especialmente en comparación con otros psicodélicos como el LSD o el MDMA. Sin embargo, el consumo de esta droga presenta riesgos significativos, especialmente debido a la frecuencia con la que se mezcla o adultera con otras sustancias como ketamina, MDMA, benzodiacepinas, cafeína, azúcares e incluso medicamentos como el acetaminofén (Pérez, 2022). Estas mezclas, realizadas sin control ni regulación, incrementan el riesgo de efectos secundarios imprevistos, reacciones adversas e incluso sobredosis. Además, los consumidores suelen combinar el 2CB con alcohol u otras drogas recreativas, lo que amplifica aún más su toxicidad y los efectos impredecibles.
Los efectos del 2CB varían considerablemente dependiendo de la dosis consumida, el entorno en el que se utiliza y si ha sido adulterado o combinado con otras sustancias. En términos físicos, los usuarios suelen experimentar aumento de la energía, la frecuencia cardíaca y la presión arterial, sudoración excesiva, náuseas, temblores y sensaciones corporales intensas como hormigueo o calor. En el plano psicológico, el 2CB puede provocar una amplia gama de cambios emocionales, desde euforia, empatía y risa hasta episodios de ansiedad o paranoia y, en dosis elevadas, episodios psicóticos transitorios. A nivel sensorial, destacan las alucinaciones visuales con colores intensos y formas distorsionadas, la alteración en la percepción del tiempo y el espacio, y una intensificación de los estímulos auditivos y táctiles (Smith & Jones, 2019). Aunque estos efectos son buscados por los usuarios, estos pueden ser imprevisibles, variando de una persona a otra y según el contexto de consumo y el estado emocional y psicológico del consumidor (Energy Control).
El consumo frecuente del 2CB puede tener consecuencias graves en diferentes aspectos de la vida del usuario. En el ámbito psicológico, se han reportado casos de ansiedad crónica, depresión, dificultades en la regulación emocional y episodios de despersonalización, con consumos prolongados o dosis elevadas. Cognitivamente, el uso prolongado puede afectar la memoria, la concentración y la motivación, impactando negativamente en actividades académicas o laborales. Físicamente, aunque los efectos secundarios inmediatos suelen ser transitorios, el consumo excesivo o combinado con otras sustancias puede causar daño cardiovascular y hepático (Pérez, 2022). Además, el uso recreativo del 2CB en entornos grupales puede normalizar su consumo, aumentando la probabilidad de que más jóvenes inicien el uso de drogas psicoactivas, perpetuando un círculo vicioso difícil de romper.
Uno de los problemas más alarmantes del 2CB es su adulteración. Los comprimidos o el polvo que se comercializan ilegalmente rara vez contienen solo esta sustancia. Estas prácticas no solo reducen la pureza del 2CB, sino que también incrementan su peligrosidad, ya que los usuarios desconocen las verdaderas proporciones de cada componente y los riesgos asociados a estas combinaciones y a la misma sustancia.
Para abordar el consumo de 2CB entre los jóvenes, es fundamental implementar estrategias de prevención que prioricen la educación y la concienciación. Es crucial desmitificar la percepción de esta droga como una opción «segura» y proporcionar información precisa sobre sus efectos y riesgos reales. Además, los programas de prevención deben incluir habilidades de manejo emocional y refuerzo de la capacidad para resistir la presión social, factores clave que contribuyen al inicio del consumo. También es necesario garantizar el acceso a servicios de salud mental y tratamiento para aquellos que desarrollan problemas asociados al consumo de 2CB. Solo mediante un enfoque integral que combine educación, regulación y acceso a recursos de apoyo se podrá mitigar el impacto de esta sustancia en la juventud actual y futura.
El 2CB, aunque atractivo por su apariencia y efectos prometidos, representa un riesgo tanto para la salud individual como para el bienestar colectivo. Su consumo, a menudo normalizado en entornos recreativos, requiere una atención urgente desde las instituciones de salud y educación para evitar que su uso continúe en aumento entre los jóvenes.
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Referencias
- Nichols, D. E. (2016). Psychedelics. Pharmacological Reviews, 68(2), 264-355.
- Pérez, L. (2022). Nuevas drogas sintéticas: un análisis del 2CB en jóvenes. Journal of Adolescent Substance Use, 30(4), 215-229.
- Shulgin, A., & Shulgin, A. (1991). PiHKAL: A Chemical Love Story. Berkeley: Transform Press.
- Smith, G., & Jones, T. (2019). Recreational drug use and its social implications. Contemporary Drug Studies, 12(1), 45-60.
- Energy Control. (s. f.). 2C-B. Disponible en: https://energycontrol.org/sustancias/2c-b/
Redactado por Sara Gottfried Duque, psicóloga en período de prácticas en Orbium Desarrollo.