Muchos autores coinciden en que éste es el siglo de las emociones.

Hasta hace muy poco la razón lo era todo y las emociones nos llevaban a pensar en debilidad o que no era propio de los humanos sino algo más básico y menos evolucionado.

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Ahora hemos constatado que las buenas decisiones necesitan un toque de «corazón» para ser exitosas. Que sólo con la razón el resultado es menos eficaz. Que necesitamos nuestras emociones.

Emoción, cognición y acción deben actuar sincronizadas.

Pero la pregunta es ¿existe una forma de inteligencia sobre el ámbito emocional?. No cabe duda.

Es la inteligencia que nos permite percibir que estamos experimentando una emoción, la que nos da la oportunidad de actuar sobre eso que estamos sintiendo, la que nos abre los ojos para identificar que otras personas están teniendo sensaciones y sentimientos, para entender lo que significa y por último, la que nos capacita para modular o actuar sobre esos sentimientos ajenos.

Hace unas décadas estas competencias no eran muy necesarias. En el entorno industrial donde la sistemática y los procesos normalizados eran primordiales, las sensaciones estaban fuera de lugar. Hoy hay menos máquinas, menos cadenas de montaje y mucha mas variabilidad puesto que la fibra económica está basada en las relaciones interpersonales. En este ámbito las sensaciones, los sentimientos, las emociones habitan. Aquél que las entienda, que las identifique, que las pueda amaestrar estará mas cualificado para las demandas del momento.

La inteligencia emocional está a la orden del día: gestión personal, gestión de equipo, gestión laboral… No hay ámbito en el que no tenga cabida para su aplicación y mejora de nuestra vida y nuestro entorno.

Es un trabajo muy personal de reflexión, autoconciencia y autoconocimiento, para que las emociones que sentimos siempre nos construyan para mejorar.